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Hacia el amor: Agonía, muerte y vida de un artista.
Agotado
Esa noche, en medio del sueño, aparecieron dos Swamis, 20 los mismos que había conocido en la ciudad de México. Uno de ellos me extendía su mano para saludarlo con un apretón fuera de lo común, como si fuese una señal. Entretanto, el otro me decía, en un tono de orden más que de mensaje: “Tienes que jalar tu carreta”. Al despertar en la mañana, impresionado por el sueño, en lugar de internarme en la selva, me dirigí a la estación de autobuses y compré un boleto para regresar a la ciudad de México. Tras arribar, después de dejar el equipaje en casa de mi madre y ducharme, me encaminé al centro de meditación. El recinto se encontraba sin gente. De improviso, vi descender por las escaleras, vestido con su túnica naranja y como si me estuviera esperando, al mismo monje que me saludó en el sueño nocturno en Chiapas. Parecía que el Swami sabía que se mostró a más de mil kilómetros de distancia, mientras yo dormía, pues repitió el saludo con idéntica sonrisa y el significativo apretón de mano con el que había aparecido. Años después, leyendo un libro de Muktananda – el anterior Gurú de la secta – me encontré, en letras que aparentemente resaltaban de las demás, la misma oración: “Tienes que jalar tu carreta”. Swami Muktananda había fallecido poco antes de que yo me iniciara en Siddha Yoga y me convirtiera en discípulo de Gurumay Chidvilisananda y del Swami Nintyananda, monjes sucesores y legítimos herederos de esta antigua tradición. Sin embargo, en varias ocasiones intuí, a través de distintas experiencias místicas, la esencia viva de Muktananda. Era una presencia real.
Peso | 0.8 kg |
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Dimensiones | 25 × 20 × 10 cm |
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